"Yo creo que en el arte, en general, siempre estamos usando lo que sucede, lo que sucedió y lo que va a suceder." Con esas palabras de Marie Orensanz en la presentación de "La indiferencia", el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti iniciaba, allá por el mes de marzo de 2012, un año donde la promoción de artistas visuales contemporáneos se convertiría en prioridad. Una estructura blanca, hermética y aislada en la amplitud de la Sala 1 -espacio donde alguna vez se reparara maquinaria militar- reflexionaría sobre la complicidad civil en un sentido estricto: el de elegir no ver al otro. Más allá de las escaleras un diálogo entre Argentina y España: el imaginario poético sobreviviente a los gobiernos dictatoriales enmarcado en la muestra colectiva qué congregó a artistas de ambos países "Cartografías Poéticas de la Memoria".
Luego, el caos. "Espejos. El camino incierto al país de las maravillas" -muestra colectiva coordinada por Federico Zukerfeld y Loreto Garín Guzmán- enfrentó al público a su historia reciente y trazó un panorama de las violencias y los disciplinamientos por encima de las fronteras que dividen el mundo. Con una puesta en escena que combinó teatro, literatura, música, pintura, artes plásticas, fotografía y arquitectura (como mínimo), "Espejos…" dimensionó a los sujetos como refractores de los procesos sociales que los rodean: la historia como ritmo para los cuerpos.
Y en esa línea donde los sujetos se vuelven portadores de sus (todas las) historias, las pinturas de Daniel García ("Nachleben") transformaron el desorden en silencio. La muestra del rosarino –selección de su obra pictórica en distintos períodos- planteó un recorrido tanto por los fragmentos y los huecos que impone la memoria al momento de intentar recordar, como por aquello que perdura en el tiempo como símbolo de identidad (por ejemplo, la dentadura). Esta búsqueda incluyó la intervención de dos paneles con imágenes diseñadas –simil identikits- especialmente para el Centro Cultural que luego serían borradas, convertidas también en recuerdo o marcas efímeras.
Esta propuesta de lo efímero -¿característica del arte?- se expandió como un concepto central para otras propuestas del espacio. Por un lado, la obra que obtuvo el IV Premio Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti (categoría Artes Visuales) "Bronce", de Esteban Álvarez, consistió en una suelta de globos broncíneos al cielo (interrumpida por el cielorraso). Globos que con el paso de los días empezaron a desinflarse para flotar por las salas del Conti, entre los visitantes: analogía de los riesgos de la memoria. Alerta para nunca olvidar que más allá del arte y la alegría, el suelo que se pisa sigue siendo el del predio donde funcionó un ex Centro Clandestino de Detención.
Por otro lado, el Ciclo Dos Paredes se planteó como una serie de intervenciones paralelas donde artistas de diferente proveniencia trabajaron en el espacio y en simultáneo en una contaminación estética recíproca. Luego de la exhibición de sus obras, las paredes volvieron a pintarse de blanco a la espera de nuevas intervenciones, con el consecuente borramiento de las obras anteriores. Fueron parte de esta experiencia Martín Lanezán, Delfina Estrada, Jimena Croceri, Viviana Blanco, Valeria Calvo y Hernán Salamanco, Omar Panosetti y Walter Álvarez. Estos dos últimos, exhiben sus trabajos actualmente.
Otras problemáticas que se abordaron fueron la maternidad –en las obras de Diego Cirulli ("21-105") y Celina Torres Molina ("Ellas saben")-, la (auto) censura –a partir de "Capítulo/451", trabajo de Fabián Trigo sobre los libros quemados durante la última dictadura cívico-militar- y la proyección del mundo interior a través del arte en "Imago Mundi" de Adriana Bustos que se encuentra exhibida hasta el 27 de enero junto a la última instalación en la Sala 1, "Paradoja" de Juan Carlos Romero y Marcelo Lo Pinto, una ruptura en la semiótica del mensaje y la posibilidad de la representación.