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Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti

ITINERANCIA

Filiación
MUESTRA

Filiación

De Lucila Quieto

Filiación reúne una serie de fotografías y collages que Lucila Quieto realizó durante interminables búsquedas de su padre desaparecido, y a la vez la búsqueda de su propia identidad. Búsquedas en el mundo exterior, recorriendo distintos centros clandestinos. Otras, en sí misma, tratando de encontrar en su propio cuerpo -en sus rasgos, miradas y gestos- aquellas marcas del cuerpo de su padre.

También se exponen fotos de su serie Arqueología de la Ausencia, como realización del deseo de tantos hijos de desaparecidos de una reunión imposible.

Filiación

Sobre filiaciones y duelos

Poco sabemos de las múltiples maneras de experimentar la orfandad de desaparecidos y asesinados. Se nos ofrece para el consumo el estereotipo del “hijo” clase media, militante, intelectual o artista. La mayoría silenciosa de los más de catorce mil huérfanos del terror de Estado desentona con esta imagen tranquilizadora. Volver a las fotos que Lucila Quieto tomó de sí y de sus compañeros a n de siglo, revela la manera en que esa construcción identitaria, rebelde en su momento, ha ido sedimentando en capas a las que la palabra “arqueología” les queda cada vez mejor. Aquellas fotos exhibían la necesidad de estar juntos, la imposibilidad y el artificio. Sobre todo, el artificio. ¿Qué muestran hoy, en este presente saturado de pasado, y en este lugar, la ESMA, que se resiste a devenir ex ESMA?

Como capas arqueológicas, Lucila acumula sobre su primera obra estos renovados intentos de encontrar a su padre. La filiación incluiría aquel trabajo paradójico de escarbar en la ausencia. Si hechos inéditos demandan palabras inéditas, habrá que inventar un verbo reflexivo para este filiar(se) en torno al vacío. Y habrá que duelar en lugar de hacer el duelo, porque hacer el duelo tiende hacia un final que la desaparición parece suspender indefinidamente.

Duelar sin suponer un resultado, un duelo hecho, normal, sanito. Difícil discernir si Lucila se filia o duela cuando insiste: ¿cómo era mi padre y dónde está? Junto a la actualidad de estas preguntas, detecto un principio de hastío que quizás sea el mío.

La cámara de Lucila interroga a los muros de los campos de concentración y a la superficie del río, pero los muros y el río callan. Y contra ese silencio no hay nada. Ni la justicia puede ser un ideal ni un padre es todos los padres.

Lucila observa y comparte los rituales de otros huérfanos pero reclama: ¿cómo era, cómo sería hoy mi padre? Sus ojos, su boca, no cualquier cuenca ni cualquier dentadura ni cualquier poema que hable de unos ojos o una boca.

Lucila juega (si se puede jugar sin alegría) a mezclar los rasgos familiares para imaginar a su padre. Nuevamente, lo que queda de manifiesto es el propio artificio. Pero esta vez Lucila apela también al grotesco, cuando compone una foto de familia monstruosa, desencajada, descoyunturada. El grotesco emerge como gesto crítico vuelto sobre la propia práctica de liarse y duelar.

Mariana Eva Pérez

Berlín, febrero de 2013