Ir a contenido principal

Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti

Sus cartas

Carta a sus hijos

A sus hijos Ale y Marcelo.

Ale:

Gracias por enseñarme a amar a todas las pequeñas cosas de este mundo. Gracias por ser hermosa y dulce y acaso parecida a este loco vagabundo que no merece pero que todos los días se maravilla de ser tu padre.

Recuérdame siempre con ternura, que es lo que ha olvidado el mundo.

Papá

Marcelo, Capitán:

De nuevo me marcho. Nací para un camino solitario. No es un castigo, es simplemente mi destino. Desde él es como amo a la gente. Es mi forma de ser y de amar. Nací para la libertad que hasta ahora es el dolor del mundo. Tú, capitán, harás lo que yo no puedo: que sea su alegría. Te llevo en mi mano. Eres la llamita que levanto alto y alumbra mi camino. Hasta siempre, mi querido capitán.

Papá

A su hijo Marcelo.

9 de mayo de 1973

Marcelo, Capitán:

Cuéntale a la tía cómo es ese barquito y cuánto cuesta. Veré lo que puedo hacer. Ojalá pudiera regalarte la flota real británica. Espero que sea un barco razonable, que además de flotar como debe no me hunda a mí.

Los otros días tuve una aventura que te hubiera gustado y pensé mucho en vos. El mar bajó como nunca y quedó a la vista un viejo barco de fierro hundido allí, entre San Bernardo y la Lucila del Mar. No había casi nadie y yo había salido a dar un paseíto para despejar la cabeza. Me arremangué los pantalones y me metí adentro y saqué unos pedazos. Entre ellos una costilla de fierro que traje varios kilómetros sobre los hombros y arranqué con mis propias manos. Estaba cubierta de incrustaciones marinas, mejillones, algas. Una verdadera reliquia. Quedé de cama, con la espalda reventada, pero contento. Parecía Jesucristo llevando aquel travesaño que olía a mar, chorreando agua por todos lados. Ya lo verás, si es que entra en el coche. Junté infinidad de caracoles, maderas y piedras. Los otros días encontré un extraño pez rojo que había arrojado el agua. Todavía estaba vivo. Lo metí en un balde, lo reviví y luego fui hasta la Lucila, que tiene un muelle muy largo, y lo devolví al mar. Puede ser que algún día vuelva a encontrarlo, más grande y se acuerde de mí.

Me alegra mucho que trabajes en el colegio. Eso te hará bien. A ti y a todos los que te quieren. Trata, como tu hermana, de leer y ver buenas cosas que te ayuden en la vida, que formen tu voluntad y eduquen tu espíritu. Nosotros nacimos para las grandes cosas, sin despreciar a nadie. Para vivir en la luz y la verdad y la belleza.

Un beso grande.

Papá

Marcelo, Capitán:

Supe con tristeza que no te fueron bien las cosas en el colegio. Me preocupa mucho. Paciencia, capitán. Eres hombre y estas  pruebas no te tienen que hundir el barco sino ayudarte a hacer mejor las cosas. Ahora tienes que ponerte a trabajar en serio. Todo depende de ti. Tienes que aprender a luchar solo, hacerte tu mundo y avanzar cada día un paso. Deja esa podrida televisión, menos calle y farra y a trabajar. Tienes que tener tu rinconcito en casa, encerrarte en él y construir ahí tu mundo. No es necesario que te mates sino que aproveches tu tiempo, la vida. Trabaja fuerte, lee porque la buena lectura ayuda mucho y en lugar de perder el tiempo lo gastas de una vez y bien cada tanto, viniendo aquí o yendo a lo de Maruca, es decir, haciendo cosas realmente lindas que te habrás ganado trabajando. Mira a tu padre. A mí nadie me controla. Pero cada mañana me levanto temprano y mientras los demás se van a la playa yo me pongo a trabajar fuerte. Ya vendrá la recompensa. Además, así estoy contento conmigo mismo.

No te desanimes. Yo te comprendo y tengo mi parte de culpa porque te dejé solo. No tuve más remedio que hacerlo pero me duele mucho porque te extraño y me necesitas y quiero ayudarte. Trata de esperar a que termine. Esto es como un viaje. Ya estaremos juntos. Entre tanto recuerda que yo estoy siempre a tu lado con mi corazón y mi pensamiento, que también estoy solo. La tía Pocha y el tío Casa te van a ayudar. Ellos te quieren y son muy buenos. Habla y aconséjate con ellos. Y apenas puedas ven a verme. Ya se arreglará todo y manejaremos otra vez juntos, capitán. Te quiero mucho. ¡Arriba ese ánimo! ¡Se fuerte! Apóyate también en tu hermana. Ella es muy buena, te quiere y también está sola. El día de mañana sabrás que es de las pocas gentes en las que puedes encontrar apoyo. Mira mi caso, la ayuda de mi hermana, tu tía, que me acompaña en estos momentos, que no me abandonó.

¡A navegar, capitán! Fuerte y duro. Sin desanimarte. Mirando de frente la vida.

Un abrazo grande

Papá

(No toques las luces, cuidado con la electricidad, no juegues con fósforos, cuídate y cuida a tu hermana por mí. Reza y besa siempre a la Virgen de Luján. Lo mismo Ale. Decíselo)

Romano Eduardo, “Haroldo Conti alias Mascaró, alias la vida”, Colihue-Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, Buenos Aires, 2008.