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Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti

Fragmentos de cuentos y novelas

Novela. Fabril Editora, Buenos Aires, 1962

“Entre el Pajarito y el río abierto, curvándose bruscamente hacia el norte, primero más y más angosto, casi hasta la mitad, luego abriéndose y contorneándose suavemente hasta la desembocadura, serpea, oculto en las primeras islas, el arroyo Anguilas”.

“Sus hombres, los hombres de este río, este hombre que ahora observa las aguas con sus ojos de pez moribundo suspendidos sobre ellas como dos espejuelos suspendidos del aire, son en todo semejantes a él. Por eso todavía sobreviven. Por eso parecen tan viejos y lejanos y solitarios. No aman al río exactamente, sino que no pueden vivir sin él. Son tan lentos y constantes como el río. Parecen entender que ellos forman parte de un todo inexorable que marcha animado por cierta fatalidad. Y no se rebelan por nada. Cuando el río destruye sus chozas y sus embarcaciones y hasta a ellos mismos. Por eso también parecen malos”.

“Terminó con el mate y limpió los pescados. No hay cosa más desgraciada que limpiar pescado cuando no se tiene ganas. Uno de los bagres lo guardó para carnada- luego asó el otro bagre y el patí. Los había limpiado bien, les roció el lomo con agua hirviendo para quitarle la catinga, los saló y, manteniéndolos abiertos con una ramita los colocó sobre la parrilla” (…)

“La costa no es ni la tierra ni el río. Ni simplemente algo entre los dos. Es un impreciso mundo de sombras con un fondo de abandono, maldad y desesperanza. El hombre de la costa se siente atado al río. Si lo amara, saldría al río. Pero él está ahí, ni tierra ni río, entre barcos muertos y viejas historias”.

“Tenía grandes proyectos respecto a ese bote. Primero pensó en una simple reparación de emergencia, pero poco a poco había ido elaborando un proyecto bastante más ambicioso. Claro que eso le llevaría su tiempo. Pero, en cierto modo, él era el tiempo. A medida que se adelantaba en el bote le fue entrando el deseo de construirse allí mismo, algún día, un verdadero barco. Al principio fue una simple ocurrencia pero luego le pareció que estaba perdiendo el tiempo y que en toda su vida no había querido hacer otra cosa. Esto de ahora más bien lo detenía, era una excusa, un burdo simulacro. Por último comenzó a fastidiarse de este trabajo y su ansiedad por un barco se confundió con su ansiedad por partir. Todo era una misma y única cosa”.

Cuentos. Editora Nueve 64, Buenos Aires, 1964

"Todos los veranos"

“Un hombre como yo sin un barco como yo no está completo. He tardado un tiempo en comprenderlo. De manera que estaba en eso: ‘un barco como yo’. ¿Qué entendía mi padre por semejante cosa?” Él mismo lo dijo o trató de decirlo.

-Un barco así ha de salir completamente de mis manos… No hay ni clavo, ni madera que no tenga un sentido. Ni clavo, ni madera que desde su origen haya sido pensada para otra cosa…”.

(En Todos los veranos y en Cuentos completos, editado por EMECÉ, 1994)

“Ad astra”

“(…) el tipo emergió entre las hileras de tomates y el viejo se paró en seco porque nunca en su vida había visto un tipo semejante, si es que era un tipo en definitiva. Parecía muy grande por el casco y las alas y esa especie de coraza que sujetaba el mecanismo pero el viejo, que estaba acostumbrado a apreciar la encarnadura de las aves de un solo vistazo, adivinó el cuerpo magro y pequeño debajo de todo aquel aparejo. (…) lo más notable era esa especie de coraza con el peto de aluminio y el espaldar de cuero sujetos con hebillas y correas que, pasando entre las piernas y bajo los brazos amarraban al cuerpo aquellas alas de tela encerada, una de las cuales arrastraba por el suelo y la otra tenía la punta quebrada hacia arriba como una navaja a medio abrir”.

(En Todos los veranos y en Cuentos completos, editado por EMECÉ, 1994)

Novela. Sudamericana, Buenos Aires, 1966

Alrededor de la jaula
Una de las ediciones de Alrededor de la jaula.

“En general, observándolos con atención, todos estos animales, por grotescos que sean, tienen algún parecido con la gente. Las manos, los ojos, o simplemente la actitud. La gente no ve nada de eso. Es decir, ve tan sólo aquello que los hace distintos y los aparta”

“La gente caminaba lentamente hacia las puertas de Plaza Italia. Detrás venían los guardianes golpeando las manos. Salvando la distancia, aquello tenía cierto parecido con lo que sucedía en el hospital cuando la gente se marchaba cabizbaja entre la doble fila de camas. Las cosas y las personas enmudecían en la misma forma y no había gran diferencia entre una y otras”

“Fue un lindo tiempo, si se quiere, sólo que estaba destinado a terminar. Todo tiempo está destinado a terminar, naturalmente, y el principio de uno no es más que el término de otro. Pero en esto resultaba claro que pareció un recuerdo desde el mismo principio”.

(Milo) “Se lavantó sin esfuerzo, alegre y liviano como un vagabundo. Era una gran cosa eso de no tener ni tiempo ni nada fijo, sino simplemente hacer lo que viniera en gana. Uno podría decir ‘me quedo aquí’ o ‘me marcho ahora mismo’ y así no había tristeza”

“Milo estaba impaciente por llegar a la jaula de la mangosta, pero la chica se mostró más entusiasmada con los leones, los elefantes, y en general con todos aquellos animales de circo.

La jaula de los pájaros le pareció importante pero no entendió su sentido. Pasaba las galletitas a través de las rejas con ostentación (...) aquello no era otra cosa que un vulgar calabozo y el conjunto una cárcel bien disimulada en ese viejo y simpático jardín”.

Cuentos. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1967

“Como un león”

“Todas las mañanas me despierta la sirena de la Ítalo. Ahí empieza mi día. El sonido atraviesa la villa envuelta en las sombras, rebota en los galpones del ferrocarril y por fin se pierde en la ciudad. Es un sonido grave y quejumbroso y suena como la trompeta de un ángel sobre un montón de ruinas. Entonces abro los ojos en la oscuridad y me digo, cuando todavía dura el sonido, ‘Levántate y camina como un león’. No sé dónde escuché eso, porque a mí no se me hubiera ocurrido, tal vez en la tele, tal vez a un pastor de la escuela del Ejército de Salvación, pero eso es lo que me digo cada mañana y para mí tiene su sentido. ‘Levántate y camina como un león’".

(En Con otra gente y en Cuentos completos, editado por EMECÉ, 1994)

“Perdido”

“El tren salía a las ocho o tal vez a las ocho y media. Recién diez minutos antes enganchaban la locomotora pero de cualquier forma el tío se ponía nervioso una hora antes. Todos los del pueblo eran así. Apenas llegaban y ya estaban pensando en la vuelta. Su padre había hecho lo mismo. La mitad del tiempo pensaba en las gallinas, que comían a su hora, o en el perro, que había dejado en lo del vecino. Para él Buenos Aires era la Torre de los ingleses, Alem, la Avenida de Mayo y, por excepción, el monumento a Garibaldi, en Plaza Italia, porque la primera vez que vino, con la vieja, se extraviaron y fueron a parar allí. Se sacaron una foto y el tipo de la máquina los puso en un tranvía fue los llevó a Retiro. De cualquier forma llegaron una hora grites y con todo estaban tan excitados que casi se meten en otro tren”.

(En Con otra gente y en Cuentos completos, editado por EMECÉ, 1994)

“Cinegética”

“—Pichón, ¿estás ahí? Soy yo, Rivera.

Esperó un rato y aunque sólo alcanzaba a oír los crujidos y reventones de las chapas sintió que el tipo estaba ahí. Entonces apartó la chapa del todo y pasó el resto del cuerpo. Avanzó a tientas hasta el medio del galpón con los agujeritos que subían y bajaban a cada paso suyo. La luz de la ventana, en cambio, seguía inmóvil y si uno la miraba con demasiada fijeza parecía nada más que un brillo en el aire. Dio una vuelta sobre sí mismo en la oscuridad y los agujeritos giraron todos a un mismo tiempo. El olor lo cubría de pies a cabeza y el rumor de las chapas semejaba el de un fuego invisible o el de un gran mecanismo que rodaba lenta y delica­damente. El tipo estaba en algún rincón de aquella oscuridad. Podía sentirlo. Sentía la forma agazapada de su cuerpo y el olor ácido de su miedo. Tenía un olfato especial para esas cosas”.

(En Con otra gente, en Crónicas con espías editorial Jorge Álvarez (1966), selección, prólogo y notas de Juan Jacobo Bajarlía, en Las fieras editado por Aguilar (1993) compilado y prologado por Ricardo Piglia y en Cuentos completos, editado por EMECÉ, (1994).

El último

“Un buen día me hice un vago. Así como lo oyen. No sé cuándo empezó pero aquí me tienen tumbado a un costado del camino esperando que pase un camión y me lleve a cualquier parte. Ustedes deben haber visto a un tipo de esos desde la ventanilla de un ómnibus o del tren. Pues yo soy uno de esos exactamente y puedo asegurarles que me siento muy a gusto. Cualquiera de ustedes diría que solamente al último de los hombres se le puede ocurrir tal cosa. Soy el último de los hombres”.

(En Con otra gente y en Cuentos completos, editado por EMECÉ, 1994)

Novela. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1971

En vida
Una de las ediciones de En vida.

“Su padre se vuelve y lo mira pensativamente: Oreste, no he sido gran cosa como padre. Hay que admitirlo. Pero quiero que entiendas esto, al menos. Somos aves de paso. No levantes una casa demasiado sólida ni te llenes de cosas. Te basta con tu par de alas, muchacho”.

“Una o dos veces había estado a punto de oír ese sonido. Aquella tarde en un varadero de San Fernando. No recordaba cómo había ido a parar allí. Vio en un rincón la figura herrumbrosa de un viejo pailebote. Y aquello, vaya a saber por qué, la luz, la tarde, y ese maltrecho y abollado esplendor, pareció recordarle algo que había olvidado hasta ahora y que, con todo, era absolutamente primordial. Por lo menos entendió que hasta entonces había estado perdiendo tiempo o que estuvo caminando a ciegas todos esos años, la vida. Y fue así que levantó la cabeza y aspiró el aire frío de la tarde y en el momento que esa gran verdad estaba por entrar en él, una voz o la bocina del tren o el mero perfil de una nube le hizo olvidar todo, antes de recordarlo”.

“En algún lugar están quemando las hojas que habían caído de los árboles. No alcanzaba a verlo pero sintió el olor agreste de las fogatas. Era el olor del otoño, y ante todo, un olor de la infancia, ese tiempo sin sombras, inmóvil en su memoria”.

“Oreste desciende por el terraplén y se detiene cerca de uno de ellos (…) silba una vez y otra vez más fuerte. El otro se vuelve y lo mira sin sorpresa. Es Marcelo.

-¿Cómo diste conmigo?

- Bueno, pensé dónde hubiese ido yo en tu lugar, un día como éste.

Oreste se para sobre el parapeto, al lado del muchacho.

- ¿Cómo va eso? – pregunta con deliberada imprecisión. (…)

- Bien, ¿qué te pasa en el Colegio?

Pregunta en un tono animoso como para restarle importancia y la verdad es que ahora no tiene ninguna.

El muchacho se vuelve y lo mira brevemente.

- Ah!, me fastidia hablar de esto pero tu madre insiste en que lo haga (…)

- De todas maneras alguien tenía que hacerlo, ¿no es cierto?

(…) está hablando en el viejo estilo de su padre. (…) era un estilo algo pomposo.

(…) Oreste ha dejado de hablar, llevado por sus pensamientos. El muchacho no ha dicho nada en todo este tiempo, ni siquiera se ha movido. Mira el agua y atiende al corcho. ¿qué diablos pensará de él?.

(…) ¿No has probado nunca con el hilo del nylon trenzado?

Por primera vez el muchacho lo mira con interés”.

Novela. Casa de las Américas, Cuba, 1975

Mascaró
Una de las ediciones de Mascaró.

“(...) Yo estaba vacío y triste cuando un buen día escuché de un auténtico vagabundo la increíble historia del príncipe patagón. Me gusta escuchar a la gente. Creo que eso me salvó. Pegué un salto en el aire. Ahí tenía mi próxima novela. (...) Sucede que llega un momento que la historia empuja tanto dentro de uno que sale afuera por sí sola. Así fue. “Mascaró” me hacía señas desde un costado de mi vida llamándome a su loco camino”.

(Prólogo)

“Uno es historia. ¿Qué hay para adelante? Caminos… Por ese tiempo ya hacía la carrera a Arenales el “Fierabrás”, grandeza de barco. ¿Dónde está ahora? No era para olvidar, ni era para morir. Lo comandaba aquel galés cimarrón, don Eiñón Jones, que había nacido capitán. Sucedió también, tan fuerte que era, majestuoso. Los dos sucedieron. Él ya sucedía entretanto. Todo sucede. La vida es un barco más o menos bonito. ¿De qué sirve sujetarlo? Va y va. ¿Por qué digo esto? Porque lo mejor de la vida se gasta en seguridades. En puertos, abrigos y fuertes amarras. Es un puro suceso, eso digo. ¿Eh, señor Mascaró? Por lo tanto conviene pasarla en celebraciones, livianito. Todo es una celebración. Alzó la jarra y bebió”.

“Quiere decir que en cierta forma hemos estado conspirando todo este tiempo –dijo Oreste, más bien divertido.

-En cierta forma no. En todas. El arte es una entera conspiración –dijo el Príncipe-. ¿Acaso no lo sabes? Es su más fuerte atractivo, su más alta misión. Rumbea adelante, madrugón del sujeto humano”

(…) después de pasar ustedes por cualquier pueblo de mierda, la gente empezaba a cambiar. (…) Después de que ustedes se marcharan, a la gente le dio por ciertas grandezas. Del almacén mudaron a la escuela. Allí tramaban con el maestro toda clase de locos proyectos. Hasta armaron un tablado, con cortinas y luces y simulacros de papel.

-¡Carajo!

-Trovaban, valseaban competían, todas esas cosas de lucimiento que empompan a la persona. Empezaron a leer y aun a escribir, para aventajarse.

-Malo.

-Cernuda ideó unos cuadros vivos de impresionante apariencia.

-Ya me imagino.

-Unas figuras blanqueadas que fingían monumentos.

-Uno a la libertad, otro al Progreso. ¿No es asi?

-Uno de mucho aparato que se titulaba “Dale alto”.

-Duc in altum.

-Eso… Total, que empezaron en verso y terminaron a tiros.

-Hasta ahí iba bien.

-Vino Alvarenga echando putas y de los discursos el maestro pasó a la comandancia. Disparaba proclamas y balazos a diestra y siniestra.

-Es otra clase de magisterio.

-Alvarenga quemó el pueblo. Lo sepultó todo.

Una sombra oscureció los rostros de los tres hombres.

-¿Y...?

-Cernuda se fue al desierto, de guerrita”.

Cuentos. Corregidor, Buenos Aires, 1975

"Perfumada noche"

“La vida de un hombre es un miserable borrador, un puñadito de tristezas que cabe en unas cuantas líneas. Pero a veces, así como hay años enteros de una larga y espesa oscuridad, un minuto de la vida de un hombre es una luz deslumbrante. (…) Al señor Pelice le hizo un ruido el corazón y la amó desde ese mismo momento. Jamás cruzaron palabra pero él desde enton­ces se quitaba puntualmente el panamá frente a aquella puerta a las seis de la tarde en invierno y a las ocho en verano, y ella inclinaba apenas la cabeza y casi sonreía. Para el señor Pelice fue el momento más brillante de su vida lo cual es bastante textual porque, como se sabe, el señor Pelice era el cohetero más reputado de la zona”.

(En La balada del álamo carolina y en Cuentos completos, editado por EMECÉ, 1994)

“Mi madre andaba en la luz”

“Mi madre, abajo, acaba de echar leña a la cocina económica que no se fatiga de arder y soplar todo el día. Es una vieja cocina "Carelli", de tres hornallas, fabricada en Venado Tuerto y creo que la casa empezó por ahí, por esta cocina que mi padre trajo en un charret desde Bragado, donde la compró de segunda mano y la montó en medio de un claro, al reparo de un árbol, y después empezó la casa. Mientras siga encendida mi casa vivirá”.

(En La balada del álamo carolina y en Cuentos completos, editado por EMECÉ, 1994)

“Los caminos”

Los caminos
"Los caminos" con un epígrafe de Bob Dylan, en Revista Crisis Nº16 Agosto de 1974.

“Y entonces yo me pregunto a mi vez qué es lo que hago realmente, o para decirlo de otra manera por qué escribo, que es lo que se pregunta todo el mundo cuando se le cruza por delante uno de nosotros, y entonces uno pone cara de atormentado y dice que está en la Gran Cosa, la misión y toda esa lata, pero yo sé que a mi amigo Lirio Rocha no puedo decirle nada de eso porque él sí que está en la Gran Cosa, esto es, en la vida y que yo hago lo que hago, si efectivamente es hacer algo, como una forma de contarme todas las vidas que no pude vivir (…)”

(En La balada del álamo carolina y en Cuentos completos, editado por EMECÉ, 1994)

“Las 12 a Bragado”

“Y ahora, es lo que veo desde este húmedo y triste invierno, el tío Agustín aparece saliendo de la curva, un poco antes del almacén de Iglesias, a la altura del mojón de hierro fundido que casi tapan los pastos, del lado de Chacabuco todavía. Viene corriendo con sus largas piernas huesudas perseguido por una nubecita de polvo y por un perro escuálido que ladra a sus zapatillas de badana. “El tío estuvo haciendo trote en la largada una hora antes de la partida. Tenía puesta una camiseta de frisa con el número 14 pintado en la espalda y unos pantaloncitos negros y las zapatillas de badana (…). “El tío corre con la huesuda cabeza echada hacia atrás como un pájaro y a medida que entra en combustión sus trancos son más largos y más altos”.

(En La balada del álamo carolina y en Cuentos completos, editado por EMECÉ, 1994)

“Devociones”

“Dentro de un rato sonará, a las cinco en punto de la matina, ese puto despertador que el día que gane el Prode o asalte un Banco reventaré contra la pared de una patada, como reventaré tantas otras cosas, y me levantaré en puntas de pie para no despertar a Margarita que duerme a mi lado a patas sueltas hace dieciocho años, me vestiré en el baño y saldré más o menos a las cinco y diez rumbo a la Primera de Saavedra chupando el primer cigarrillo de la mañana. La Primera de Saavedra es la fábrica de jaulas en la cual trabajo desde el día que mi padre decidió echarme a la calle de un puntapié. En todos estos años he hecho miles de jaulas, tantas que me sorprende que todavía ande por el aire algún pajarito suelto”.

(En La balada del álamo carolina y en Cuentos completos, editado por EMECÉ, 1994)

“La balada del álamo carolina”

“Ahora es un viejo álamo carolina porque han pasado doce veranos, por lo menos, si no lleva mal la cuenta. Ahora crece más despacio, casi no crece. En primavera echa las hojas en el mismo sitio que estuvieron el otro verano y por arriba brotan unas crestitas de un verde más encarnado que al caer el sol se encienden como por dentro, pero él ahora no pretende más que eso, esa dulce luz del verano que lo recubre como un velo. Y dentro de esa luz está él, el viejo álamo, todo recuerdo. De alguna manera ya estaba así hace doce veranos cuando asomó sobre la tierra y crecer no fue nada más que como pensarse. Sólo que ahora recuerda todo eso, se piensa para atrás, y no nace otro árbol. En eso consiste la vejez. Verde memoria”.

(En La balada del álamo carolina y en Cuentos completos, editado por EMECÉ, 1994)

“A la diestra”

Es el último cuento escrito por Haroldo Conti. Estaba en su máquina de escribir cuando fue secuestrado. Fue publicado en forma póstuma en Casa de las Américas (La Habana, Cuba) Nº 107, en 1978.

“Llegó ese tal, Juan Gelman, que recitó medio desafinado mientras el Tata Cedrón punteaba la guitarra con esos versos de tristeza que dicen:

‘Sentado al borde de una silla desfondada,

(don Dios echó un ojo a la suya y se afirmó en las alpargatas)

mareado, enfermo, casi vivo (es decir, casi muerto)

escribo versos previamente llorados por la ciudad donde nací,

(se refiere a Buenos Aires pero en este caso se aplica a cualquier imitación de provincia) (…)

Hay que aprender a resistir.

Ni a irse ni a quedarse (o a estar yéndose que es la forma de consistir en estos pueblos)

a resistir, aunque es seguro

que habrá más penas y olvido (…)’.

Y cuando terminan las ovaciones se oye desde abajo, desde la tierra pelada que ya invade la noche, por debajo del álamo Carolina, un aplauso remoto y solitario que se eleva a los cielos, hasta la sillita de la tía Teresa”.

(En Cuentos completos, editado por EMECÉ, 1994)

Marcado (1963)

“Fue en el 58, un poco antes de la Gran Creciente. El ‘Clara Donadel’ bajaba de los Pozos del Barca Grande y entonces lo vieron en medio del río amarrado a una de las boyas del Canal de las Palmas. A esa misma altura, en el 24, se habían hundido el ‘Maca’ y el ‘7 Hermanos’. El río es memoria. El Gallo Britos, que es mucho más viejo de lo que aparen­ta, aunque en realidad no aparenta ninguna edad de hombre y puede ser tan viejo como el mundo, recordaba el día o por lo menos el tiempo. Mayo del 58. La Creciente fue en julio. El 28 de julio, exactamente. La fecha y la marca están en mitad del mostrador del almacén del vasco Ibargoyen, en el Pantanoso, donde todavía queda el surtidor de Energina, medio tumbado, que de lejos parece el propio vasco haciendo señas a la lancha almacenera. Lo vieron ahí de golpe, como si hubiese brotado del agua (…)”.

(En revista Baires, 1963-64, Buenos Aires y en Cuentos completos, editado por EMECÉ, 1994)

Relato “Una misma sangre” (Fragmentos).

En homenaje a los muertos de Trelew

“Yo estaba en Chubut cuando recibí la noticia. Venía de Trevelín en dirección a Esquel cuando alguien metió la radio de la camioneta y pasaron la noticia. Callamos todos (…)

A dos años de aquel suceso (…) no hay pacto, ni paritaria, ni descarnado general que pueda secar aquella sangre, (…) quiero sumar mi nombre al homenaje y la recordación de los compañeros y compañeras pero siento el mismo vacío que entonces y no encuentro palabra, ni gesto, ni idea (…).

(En “Informe sobre Trelew”, 1974 realizado por la Comisión de Familiares Presos Políticos, Estudiantiles y Gremiales (COFAPPEG), junto a un conjunto de intelectuales, artistas y poetas vinculados al Frente Anti-imperialista de Trabajadores de la Cultura –FATRAC- y al grupo de poesía Barrilete)

Cuento “Con gringo”

En homenaje a Ernesto “Che” Guevara.

“Los vi cuando salieron del monte, apenas hace un rato. Vi al grupito de batidores con el capitán al frente. (…) Recién ahora que están más cerca veo al otro jinete. (…)

Cabalga como dormido. Tiene las piernas envueltas en unos trapos y una melena aceitosa que le cae hasta los hombros. Por los andrajos más bien es igual a nosotros”. (…)

“El hombre ha abierto los ojos, o ya los traía abiertos y recién me doy cuenta porque lo tengo enfrente. Mira adelante, es decir, no mira un carajo, como si cabalgara solo en medio del polvoriento camino que viene de Valle Grande y atraviesa Higueras, (…) “Ahora que ha pasado me pregunto a quién se parece. En todo caso se parece al Cristo macilento de Lagunillas, que en esto del hambre se parece a todos nosotros”.

(Con gringo fue publicado en la Revista Casa de las Américas Nº 71, 1972, La Habana, Cuba y en Cuentos completos, editado por EMECÉ, 1994)